martes, 16 de marzo de 2010

Me llamo Zazie, y esta es mi historia...


Ya no conozco el dolor. Soy inmune a cualquier tipo de demencia, depresión o trastorno psicológico. Desde lo que sucedió…


Conocí a Keiko en Tokio, tenía exactamente siete años. Acompañaba a mi padre a un club de “póker” muy “ameno”, eso era lo que el utilizaba para describir el lugar al que iba todos los viernes por la noche. Ni se por qué le acompañaba, ni por qué él se empeñaba en que fuera, pero sabía perfectamente que el “club” no era de póker, sino de putas, y que en realidad decía ameno para suavizarlo, porque para una observadora nata como yo no era difícil averiguar que las putas en cuestión se la levantaban más que si le dieras una descarga. Todos los viernes por la noche mi padre me daba 500 yenes y me decía: diviértete.
No se como coño quería que me divirtiera con 500 yenes, que no me daban mas que para comprar dos rábanos, en fin…
Me puse a explorar otra vez los aburridos alrededores del puti-club, en los que nunca encontraba nada nuevo y no podía irme mas lejos. Pero aquella noche fue diferente. Keiko estaba arrodillada en la arena del parque. Sujetaba un palo en su mano derecha, con el que pintaba en la tierra. Me acerqué a ella y solo con mirarnos a los ojos descubrimos que íbamos a ser amigas para toda la vida. A partir de ese día nos veíamos todos los viernes. Fui acumulando los 500 yenes que mi padre me daba, hasta que al final me bastó para invitarla a una bola de arroz. Ella vivía bastante cerca de mi, así que pudimos vernos mas días. Fuimos al instituto juntas. La tarde del 29 de septiembre estábamos cocinando en su casa. Con la habilidad que me caracteriza se me cayó una torre de tres vasos de cristal en la cara, dejándome de recuerdo una gran cicatriz en la parte derecha de mi cara. Me llevaron rápidamente a urgencias. Mis padres fueron también, pero sin duda puedo decir que la que más estaba sufriendo era Keiko. Esa noche me quedé a dormir a su casa. Ella les suplicó a mis padres que me quedara, que podía cuidar de mí. Yo tenía media cara vendada. Keiko me permitió dormir en su cama perfectamente preparada, ella durmió en una más vieja. Fue el mejor día de mi vida, a pesar del incidente y de mi agonía.

A partir de ese día todo pasó muy rápido. Las dos crecimos, y ella empezó a juntarse con otros amigos. Me abandonó por ellos y en el instituto ni siquiera me saludaba. Yo nunca dejé de hacerlo. Más tarde comenzó a insultarme por la cicatriz que me había dejado el accidente de aquella tarde uniéndose a la escoria con la que se había juntado. No se lo perdonaría nunca.
Ahora, diez años después, trabajo como actriz en un club de teatro que se gana su prestigio para desahogarme de alguna manera. Para disimular mi cicatriz me pinto una línea negra encima, y debajo del ojo izquierdo me pinto una lágrima. Ambos son símbolos muy importantes para mí. La cicatriz es el mejor recuerdo que me queda de Keiko, y la lágrima es el peor, del día en el que me abandonó para siempre, y de la depresión tan profunda y dolorosa que sufrí.

Keiko significa “niña respetuosa”. Ella no lo fue conmigo, por eso sufrirá mi venganza. Ya no conozco el dolor. Soy inmune a cualquier tipo de demencia, depresión o trastorno psicológico. Pero además también soy inmune a cualquier dolor físico, después del trauma con los vasos. Por eso te pido con el corazón en un puño que cojas una estaca de madera y me la claves entre ceja y ceja para sacarme del verdadero y tramposo dolor que sigo aguantando.


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